Diarios de mochila


 

 

Destino: Frankfurt,

 

Estela y yo salimos de la casa en Alfára del Patriarca a mochila llena y panza a reventar. Yo iba un poco preocupada porque para ser sincera mi mochila no cumplía las medidas requeridas por la aerolínea. Esas malditas y benditas aerolíneas de bajo costo, ideales para viajeros mochileros como nosotras, terribles para la columna vertebral de cualquier mortal. Por suerte de camino, en nuestro primer trayecto de metro que nos llevaba hasta Valencia, nos encontramos con Alejandro, otro colega viajero, quien después de echar un ojo a mi mochila y a la maleta de ruedas de Estela nos comentó que en su más reciente aventura había volado con la misma aerolínea y podíamos estar tranquilas.

Llegamos a la estación Angel Guimerá para hacer el transbordo de línea y encontrarnos con María, nuestra tercera integrante de aventuras. Cuando bajamos del andén, ella ya estaba esperándonos en una de las bancas centrales leyendo una hoja doblada con un mapa impreso y varias direcciones. Su mochila también estaba bastante inflada pero bueno, era algo normal ya que íbamos forradas de pesada ropa de frío. A María no le pareció conveniente que Estela llevara una maleta de ruedas, le recordó que era más cómodo y ágil llevarse la mochila a los hombros, Estela la ignoró mientras se rociaba perfume en todo el cuerpo y cerraba su lipstick color cereza. Creo que la diva del grupo era fácil de identificar.

Estuvimos un buen tiempo esperando en la estación, porque María le había pedido a Isra, su compañero de piso, que le llevara algo ahí, no puedo recordar qué era. Mientras el buen Isra llegaba recibí la llamada de mi hermana, hable un rato con ella, tome sus consejos y quedé formalmente en enviarle el itinerario de viaje que María había hecho. Nunca lo hice.

Nos despedimos de Isra con la promesa de encontrarnos en Holanda semanas más tarde, y nos subimos al metro para toparnos con nuestro primer personaje de viaje, la Doña Tragos, una mujer de unos cincuenta años, con el pelo rubio crespo casi a la altura de la cintura, bastante ebria, quien gritaba a todos los pasajeros que veía “¿Qué estáis mirando, hijo de gran puta?". Salud.

Por fin llegamos al aeropuerto internacional de Valencia. Nos dirigimos directamente a hacer nuestro check-in, yo iba un poco nerviosa ya que mi nombre estaba mal escrito en la reservación. “Lreto” decía en lugar de Loreto, sé que parece una estupidez, pero un detalle así me ha costado varias horas de discusión en mostradores extranjeros. Sí, sí, lo sé... no aprendo. Al final tuve suerte y viaje como la Srita. Lreto Pinar, ¡hurra!

En fin, después de hacer el check-in, que fue inesperadamente rápido, nos dimos cuenta de que aparte de tener casi dos horas y media de espera, teníamos un endemoniado calor por traer tantas prendas encima con el objetivo de ahorrar espacio en las mochilas. Había que hacer algo al respecto si no queríamos inundar la sala de abordaje en sudor. 

Con mochila en espalda (no en el caso de Estela) y catorce kilos de ropa encima fuimos a dar a un Burger King para reposar y comer un helado, lo que fuera para sentir al menos unos minutos de alivio refrescante... ¡joder! Nos quedamos ahí, despilfarradas en una banca hablando de Víctor, el novio en Venezuela de María, del nuevo trabajo en Argentina de Katy, la hermana de Estela, y yo les conté la historia de cómo conocí a mis mejores amigos en México: Miguel y Gigi. Pasó el tiempo, muy ameno por cierto, en parte creo que era la emoción de estar a pocos momentos de embarcarnos a la aventura.

Para el abordaje, hicimos una larga fila, repito, muertas de calor al borde de la azación. Era hora de pasar por la revisión privada de equipaje de la aerolínea, íbamos un poco nerviosas, en especial yo, ya que traía mis botas de nieve colgando de la mochila, imposible que cupieran dentro, pero aun más imposible usar ese par de peluches en los pies, ¿se imaginan? habría un caldo al borde de la ebullición dentro de cada uno de ellos de haber sido así. Por suerte para mí, María pasó antes y fue detenida porque su pequeña bolsa de mano estaba fuera de la mochila y solo era permitida una pieza por pasajero, esa bolsa era diminuta en comparación con mis gigantes botas colgantes, entonces Estela me empujó ágilmente hacía el pasillo que llevaba al avión “Rápido, pasa antes de que vean las botas” susurró. Así que yo, en calidad de relámpago me pasé fuera de la vista de la señorita inspectora con mis botas de cazador de grizzli colgando de un lado.

Entramos al avión, mi puesto era el del pasillo junto a María quien iba en medio, dejando a Estela en la ventanilla. En espera del despegue, las azafatas nos enumeraron diez veces, no exagero, y esperamos a cuatro personas que fueron voceadas en el altavoz. Despegamos con un retraso de treinta y cinco minutos, cosa que no nos cayó mucho en gracia, gran parte porque ya nos queríamos quitar algo del exceso de ropa que traíamos encima. Pobre miserable trío de piñatas vivientes.

Durante el vuelo, como unas mochileras preparadas escatimando costos desde el inicio, Estela y yo sacamos una de las miles quesadillas que traíamos preparadas, las mías rebosando en pimienta por supuesto. Le regale una a María, quien olvidó su lunch y cenamos en el vuelo entre risas y ofertas de ventas en altavoz. Esas benditas aerolíneas de bajo costo.

Por fin aterrizamos en Frankfurt, primer destino. Fue una sensación increíble llegar y ver todos los letreros y señales en alemán, era nuestra primera vez en el país. “Chicas, corran, que no alcanzamos el bus”, gritó María. Yo corrí a su lado mientras me acomodaba el único auricular que llevaba en la oreja derecha. Estela aun bostezando con chistosos saltitos trataba de mantener el paso jalando su maleta de ruedas. Llegamos a la estación de autobuses que aun pertenecía al aeropuerto ya que debido a nuestra condición de mochileras habíamos ido a dar a un aeropuerto pequeño y lejano, muy lejano de la ciudad. El transporte en autobús era casi obligatorio, y aun sumando ese gasto extra de traslado, el costo final nos había ahorrado una buena cantidad para seguir viajando otra semana más. Al menos ese fue el argumento que María nos dio cuando reservó los vuelos. 

El trayecto en autobús era de una hora y media hasta el centro de la ciudad. María parecía que tenía todo, absolutamente todo ensayado de memoria, sabía exactamente qué bus tomar y dónde encontrarlo.

Abordamos el bus, yo no podía dejar de ver por la ventana, inspirada por una lista musical del grupo estadounidense Jack’s Mannequin. Mientras avanzábamos por la oscura carretera, sentada junto a un chico desconocido, el paisaje, aunque era oscuro, me tenía envuelta y comencé a fantasear. No, no con el chico, a él lo dejé en paz.  

Por fin llegamos a la ciudad, el bus hacía una parada intermedia en el aeropuerto principal de Frankfurt, muchas personas bajaron y eso dio oportunidad para que Estela y yo quedáramos sentadas juntas. Auf Wiedersehen chico que iba a mi lado.  

María iba en los asientos de al lado, ella estaba emocionada mirando ese aeropuerto por la ventana, decía que era una construcción muy famosa. Estela y yo no prestamos mucha atención al curso de arquitectura express proporcionado por María a media noche. Amiga, ¿es en serio?

Llegamos al centro de Frankfurt alrededor de la una o dos de la mañana, por suerte nuestro hostal estaba muy cerca de la estación de autobuses y a una calle de la estación de trenes por la que nos iríamos la madrugada siguiente. Hasta ahora las tres coincidíamos que Alemania nos reflejaba puro orden, hasta el perro de un carro que pasó frente a nosotras se veía ordenado y en perfecta posición. Me sentí un poco mal al envidiarle el garbo a un engreído schnauzer.

Bajamos del autobús, hacía un pinche perro frío y no dudé en comentarlo a mis compinches, quienes decoraron su risa con un tibio humo blanco que salió de sus bocas mientras caminábamos a paso lento por la estación. “No se preocupen chicas, el hostal está recién en la esquina” nos dijo María como buena líder de expedición para animar a sus chicas a seguir adelante con la misión en esa fría madrugada en Frankfurt.

Con paso decidido atravesamos las calles seguidas por el clakaclaka de las ruedas de la maleta que Estela jalaba sin mayor esfuerzo ni cuidado. “Reina, en serio calla eso, la gente está dormida” le reprochó María varias veces. Yo noté que Estela escondió su descontento tras la bufanda que le tapaba la mitad de la cara.

Llegamos por fin al hostal, era un pintoresco establecimiento que recibía mochileros de todas partes del mundo. El pasillo principal era angosto, quizás demasiado. Todo estaba decorado con tonos marrones y verdes turquesa, lleno de fotos de viajeros risueños, en algunos espacios de pared había notas de agradecimiento y dibujos de banderas de todas partes del mundo. El pasillo terminaba y al girar a la derecha estaba la recepción, seguramente se trató de una casa hermosa en la antigüedad. Era una sala amplia en el segundo piso de un  viejo edificio, llena de sillas y mesas, y en el centro había un enorme piano de madera. La sala estaba rodeada por ventanales que dejaban ver la ciudad de noche. Hermosa vista. En la esquina había unas mesas en forma de L, donde claramente era el lugar para el buffet de desayuno; y pegado a la pared de frente a los ventanales donde terminaba el pasillo, estaba el recibidor, un largo mostrador de madera.

Era domingo en la madrugada, lo recuerdo porque al llegar a la recepción, me llamó la atención ver a tantos chicos tomando y fumando. ¡Jah! Y yo que pensé que no encontraríamos ni un alma despierta a esa hora. En fin, al llegar nos dimos cuenta que María, nuestra líder, había cometido un pequeño error y había reservado la noche del día siguiente, upsi. Así que Markus, el chico de la recepción, nos ofreció el único cuarto disponible, el cual era compartido; y nos advirtió que ya había una persona más. No nos dio importancia en realidad. Era un hostal principalmente para personas jóvenes, viajeros extranjeros en su mayoría. El cuarto era para seis personas, con un baño en el interior, un lujo después de nuestro hostal con un solo baño para un piso entero en Barcelona.

Queríamos bañarnos después de tan largo trayecto, lavarnos los dientes, quitarnos esos jeans, ropa térmica, y en mi caso, la rodillera que ya me daba una comezón insoportable. Gracias fiestas nacionales españolas, ese descuido de borrachera me había costado semejante lesión. 

Nos dirigimos al cuarto, sabíamos que debíamos entrar muy calladitas y sin prender la luz. María trató de abrir la puerta y al cabo de siete intentos lo logró, y lo que nos encontramos aun me produce una risa nerviosa.Una mujer con pelos despeinados, cortos y rubios de aproximadamente unos cuarenta años, según lo que la luz nos permitía apreciar, a medio sentar en su cama, la parte inferior de una de las literas, viéndonos, con unos ojos que ahora mi memoria recuerda casi amarillos y una mirada tan fuerte y directa que en seguida, sin necesidad de decirnos una palabra en voz alta, supimos que no habría baño, no habría quitada de jeans, ni siquiera puesta de pijama, lo más conveniente era desaparecer en los brazos de Morfeo lo antes posible.

María se atrevió a ir al baño y prender la luz de este, mientras Estela y yo entre susurros acomodamos nuestras cosas en una silla que estaba junto a la primera litera, de pronto escuchamos el chillido de la cama de nuestra roomie y apenas pudimos reaccionar en voltear en esa oscuridad, cuando ella, en calzones aparentemente, pasaba entre las dos con un caminar lento y sobre todo aterrador. Estela y yo nos petrificamos ante tal extraña y pequeña figura. Sin decirnos ni una palabra, tomó una prenda (calzón) que colgaba en la silla donde habíamos puesto nuestras cosas y lo hizo de una forma tan arrebatada y misteriosa que Estela y yo sentimos ganas de dormir juntas y compartir cama, por diminuta que fuera. Acompañada de otro rechinido de su litera, nuestra “amable” compañera de cuarto regresó a su nido después de colgar la prenda que había “rescatado de nuestras garras” en una silla al lado de ella.

Cuando María salió del baño con una clara expresión de disgusto y notó nuestras intenciones de dormir juntas, nos hizo ver que estábamos exagerando y que debíamos aprovechar dormir lo mejor que pudiéramos ya que solo serían unas breves horas, antes del turisteo express del día siguiente. Yo accedí y me mudé a la “planta alta” de la litera de María, del otro lado del cuarto, junto al baño y frente a la compañera no deseada. 

Trepé a mi nueva cama con mi bolso y mi cangurera, totalmente vestida, irónicamente mis ganas de ir al baño habían desaparecido, ¿la pipí puede evaporarse en el interior? Ya acostada, me quité la rodillera y los jeans como pude y me acurruque viendo a la pared, dando la espalda al resto del cuarto, no quería quedar de frente a “ya saben quién.”

No pasó ni un minuto cuando un estruendoso tosido me puso en modo alarma. La señora tosía repetidamente con un sonido que era más bien acuoso. Al cabo de veinte minutos empezó su rutina de visitas al baño, la primera de ciento siete veces. 

La mucosa en su nariz y al parecer en sus pulmones la invadían por completo, obligándola a ir al baño a desaguar las flemas y de paso a hacer pipí. Yo al estar cerca del baño y alerta como un gato noté por el sonido que no hacía dentro de la taza, era claro el choque de la orina en el azulejo del piso. Después de esto, acompañada de terroríficos gemidos abría la llave del agua, llenaba al parecer una botella y regresaba a su chillante cama bebiendo, y de ahí lo peor, unos gases acuíferos y ruidosos salían de su calzonudo cuerpo. Mi sueño se ahuyentó. Ahora sí estaba convencida de que no se trataba de una persona normal, ¿quién en su sano juicio se comporta de una manera así en un cuarto compartido?

Pasó el tiempo, logré alcanzar ligeros momentos de sueño, pero cada visita al baño de la misteriosa mujer me despertaba y ponía los pelos de punta. Era siempre la misma rutina. Cuando pensé que se había quedado dormida, la extraña mujer, prendió la luz de tajo en plena madrugada. El clic del interruptor me hizo saltar, no quería voltear y encararla, me sentía más segura mirando hacía la pared, ella gimió unos momentos con un ronco sonido, apagó la luz y regresó a su litera. “Damn, this bitch ain’t normal” pensé... pero en fin, al notar que mis amigas dormían me dispuse a intentar hacer lo mismo.

“¡Strasen... marhen shauser ratsen krasen!” o algo así fue lo que escuche al despertar de golpe por esos tétricos gritos con voz rasposa. Abrí un poco los ojos y noté que ya había amanecido, la pared se veía más clara. Después de escuchar ese aparente llamado al inframundo no me apetecía en lo más mínimo voltear mi cuerpo y encarar a la autora de esa, claramente “mandada a la chingada”, solo pude concluir que se trataba de una pesadilla y para acabarla la tipa hablaba dormida también. 

De pronto, cuando se calmaron las aguas, escuché un ronquido familiar, era mi inocente Estela, quien dormía como bebé. Fueron como tres o cuatro ronquidos cuando de pronto sonó otro “¡Aaagh, strasen morgen!” rasposo y tétrico. Me di cuenta entonces que no hablaba dormida, si no que estaba molesta por el tenue ronquido de Estela. ¡Qué cinismo! pensé, después de todo el desmadre que armó en la noche con sus idas al baño, gases y fluidos, no podía creer que se quejará, y entonces... chikichaka, el rechinido de su litera cortó el silencio nuevamente y advirtió que la criatura en cuestión estaba en movimiento. Yo ya estaba familiarizada con el sonido gracias a sus rutinas nocturnas. Sabía bien que ahora que estaba molesta, ahora más que nunca debía seguir de frente a la pared, a pesar de que el lado derecho de mi cuerpo ya estaba atrofiado. Ellaestaba en movimiento y claramente molesta.

De pronto un “¡Shausentraguen!” casi en mi oído, seguido de unos jalones a mis cobijas pusieron mis ojos más cuadrados que el mismísimo Bob Esponja. Me quedé en shock, y esta vez el rechinido de su litera que tanto me había irritado era el mismo que ahora me calmaba, pues era indicio de que había vuelto a su enjambre de terror. Me quedé atónita y ahora molesta. La criatura de dudosa procedencia pensó que yo era quien estaba roncando. Para mi mala suerte Estela se calmó, lo cual sirvió para que la mujer confirmara sus sospechas. No pasaron ni dos minutos y Estela regresó a su orquesta de tenues ronquidos. María, quien ya estaba despierta y le había tocado ver de frente a la compañera indeseada desde la litera debajo mío, dijo: “Loreto…” con tono de “¿Estás despierta?” o de “Di algo, antes de qué piense que eres tú la “ronquista” y regrese”. Yo en seguida conteste “Eu”... Al escucharnos a las dos hablar, la mujer se dió cuenta que quien roncaba no era yo, sino Estela, la pobre e inocente Estela al otro lado del cuarto. Entonces el rechinido de su litera se escuchó nuevamente, acompañado de un “Rauhensmausen...¡SNOREN!” y al momento de pronunciar esta última palabra se oyó un fuerte sacudido. Snoren, como la apodamos después de esto, había ido directamente hacia Estela, la apretó fuerte del hombro y la sacudió. Estela asustada ante tal acontecimiento despertó de golpe.

Después de unos breves momentos en que Snoren ya había regresado a su litera escuché como Estela llamó a María:

-¿María?

- Dime.

-¿Podemos irnos? Es que ya vino a tocarme.

María tenía los pantalones casi puestos, se levantó y me susurró al oído “Loreto, nos vamos. Esta vieja está loca.” Yo no tenía que pensarlo dos veces, agarre mis cosas y nos salimos de ahí a todo vapor. La ultima imagen que tuve de su cara fueron esos ojos penetrantes, el resto de su cuerpo escondido bajo esas pobres cobijas.

Llegamos directo a la recepción para desayunar. El desayuno de viajero incluido. Vestidas exactamente igual a cómo habíamos llegado hace apenas unas horas. No podíamos creer lo que habíamos vivido en compañía de Snoren. No tardamos ni dos minutos en recordar y carcajearnos. Desayunamos muy bien. El desayuno estaba bueno, pan tostado como de costumbre pero con el plus de que había Nutella. Paraíso. De repente María nos indica: “Hey, ahí está. Es ella” mientras la señalaba discretamente. No podía creer lo que veía cuando volteé. Snoren era una diminuta viejecita de unos setenta años de edad. En serio. 

Tuvimos una discusión para ver quién era la elegida e ir a hablar con Markus y reclamar. Estela resultó la obligada vencedora, así que fue a contarle todo lo sucedido a Markus y a la nueva recepcionista en turno. Para sorpresa de Estela, ellos no parecían extrañados para nada, es más, sin poner ningún tipo de resistencia le dieron a Estela las llaves de otro cuarto para que pudiéramos bañarnos. En cierta manera parecía que lo veían venir.

Mientras Estela nos mostraba las llaves de nuestro nuevo cuarto, el once, me di cuenta que había olvidado mi rodillera en la litera. Tenía que regresar por ella, me había costado casi seis euros y bueno no es por ser tacaña pero en tiempos de mochilez, se debe cuidar hasta el último centavo. ¡Si seis euros son casi dos kebabs, por Dios bendito! 

A sabiendas de que Snoren se encontraba cómodamente postrada en el área de buffet, tomé con confianza la llave del cuarto ocho, que aún teníamos, y fui al rescate de mi rodillera.

Al abrir la puerta, me hundí en un olor sumamente desagradable. Ahora con las ventanas abiertas y con la luz del día pude distinguir todo con claridad. La alfombra estaba húmeda, probablemente y por el olor, se trataba de la pipí de Snoren. En el piso, junto a su litera, había lo que parecía granos de arroz seco tirados por doquier, me pareció extraño pero no sentía ganas de acercarme a comprobarlo. El olor subía de intensidad al acercarme a la litera donde había olvidado mi rodillera, ya que estaba cerca del baño. La puerta entre abierta me dejó confirmar que había un charco de pipí en el piso. Dios mío. Tomé rápidamente mi rodillera, mientras tapaba con la otra mano mi nariz y salí corriendo del cuarto ocho para nunca más volver.

El nuevo cuarto, el once, era más pequeño, era lindo y olía a limpio. Qué diferencia. Aprovechamos para bañarnos y tomar una siesta de cuarenta minutos, y claro, para seguir recordando a Snoren entre risas. Dejamos las mochilas y la maleta de ruedas en la bodega del hostal para salir y comenzar con nuestro esperado y express turisteo. Nuestra primera parada fue en la estación de trenes, para confirmar nuestra salida de la madrugada.

Encontramos un mostrador de atención a turistas donde aprovechamos para pedir un mapa de la ciudad. Hablando con la chica del mostrador de información sentí curiosidad por preguntarle el significado de la única palabra que creía haber entendido de nuestra experiencia nocturna, en efecto se trataba de... Snoren.

La amable señorita, quien curiosamente también hablaba español, no reconoció tal palabra. María entonces le contó brevemente nuestra experiencia con Snoren, y tremenda sorpresa que nos llevamos al saber que... ¡Snoren era conocida! Ella la describió a la perfección. Nos comentó que se trataba de una rusa que iba con frecuencia a Frankfurt a visitar a una amiga, pero que extrañamente no se hospedaba con ella. Nos dijo también, que Snoren era una persona muy agresiva, quien tenía prohibida la entrada a varios lugares por sus desfiguros.

Así que... así es, pasamos nuestra primera noche en Alemania en compañía de la famosa Loca de Frankfurt.

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